Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 20 de junio de 2015

"No os pido más que Le miréis."


Evangelio de Marcos 4, 35-41

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca, hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!” El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” Se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Pero, quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”



 
                                  Cristo en la tormenta del Mar de Galilea, Jan Brueghel el Viejo
 
 
Aquel que invoque el nombre del Señor será salvado.” El nombre es la persona misma. El nombre de Jesús salva, cura, arroja los espíritus impuros, purifica el corazón. Se trata de llevar constantemente en el corazón al muy dulce Jesús, de ser inflamado por el recuerdo incesante de su nombre bienamado y por un innegable amor hacia él.
                                                                                          Paisij Velichkovsky


Nos hemos convertido en oro y nos hemos liberado de la teoría y de la práctica de la alquimia: nosotros somos los liberados por Dios.
                                                                                                                               Rumi

 
Para adentrarnos con paso firme en el Camino de regreso a Casa, hace falta haber mirado cara a cara nuestros miedos y haberlos vencido.

Como hemos repetido a menudo en www.viaamoris.blogspot.com , creyente es el que no teme y un discípulo de Cristo ha de ser valiente, porque el miedo atenaza, paraliza, impide amar.

Sosiégate y sabe que Yo Soy Dios, dice el Salmo 46. Lograr la calma y conocer a Dios; no tenemos que hacer nada más que eso. Ponerse a tono con la Mente Infinita, saber que Jesucristo es el Señor, vivir en Su Presencia nos protege y nos libera también ahora, como hace dos mil años en Galilea. Es cuestión de permitir y de entregar. Sosiégate y sabe que Yo Soy Dios es la clave para serenarse y saber que Jesús, el Señor, salva.

Qué diferente es el miedo inquieto, angustioso y desasosegado, del santo temor, que es respeto, el temor y temblor de Kierkegaard. Tan diferentes como el dolor ciego e histérico lo es del sufrimiento consciente y sereno. Velad, estad despiertos…. Jesús nos quiere conscientes y libres, seguros y valientes. Un estado que solo se logra y se mantiene si se vive más allá de lo intelectual, con todo nuestro ser despierto. Lo ilustra muy bien este cuento que recoge Krishnamurti:

Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí:
–¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?
Y les respondió:
– Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche.
Le volvieron a preguntar:
– Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?
Y replicó Uwais:
– Sí, lo saben, pero no todos lo sienten.

No basta con saber que Jesús salva, hay que sentirlo, vivirlo, integrarlo en uno mismo. Y la manera más rápida y efectiva es la que nos recuerda Santa Teresa: No os pido más que Le miréis.
 
Si, después de mirar cara a cara nuestros temores e inquietudes, dejamos de mirarnos el ombligo, de obsesionarnos con las viejas y repetidas canciones del ego y su existencia virtual y miramos hacia arriba, a Él, nuestro Origen y Destino, Alfa y Omega, conoceremos la Verdad, y la Verdad nos hará libres del miedo y sus sombras que no son nada, porque desaparecen cuando encendemos la luz del Amor. 

Él nos acompaña siempre, incluso cuando creemos caminar solos y perdidos, como en el poema Footsprints que adapta así Leona Lewis:
 


Siempre acompañándonos, guiándonos, llevándonos en sus brazos cuando nos faltan las fuerzas... Siempre a nuestro lado como Presencia silenciosa que nunca nos abandona, como también canta con asombro T. S. Lewis en La Tierra Baldía:

¿Quién es el tercero que anda siempre a tu lado?
Cuando cuento, solo estamos tú y yo, juntos,
pero cuando miro hacia adelante, en el camino blanco,
siempre hay otro que anda a tu lado.
 
                                                            T. S. Eliot

El mismo asombro reverente, de temor y temblor, superado el miedo inconsciente, con que he sentido e intentado expresar esa Compañía fiel en Día de Maravillas, libro que espero colgar en breve en estos blogs. Para culminar su edición y tener tiempo para cumplir la consigna de Santa Teresa: No os pido más que Le miréis; y la de San Agustín: Ama y haz lo que quieras, voy dar un descanso estival a los blogs.
 

sábado, 13 de junio de 2015

Confianza y fidelidad, puertas del Reino


Evangelio de Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

 
 
                                                    El Reino es hoy, Salomé Arricibita


Las parábolas que hoy contemplamos nos recuerdan que el Reino se manifiesta en lo pequeño, lo discreto, lo desapercibido; y no en lo brillante, ni lo evidente, ni lo triunfal. Al Reino no se llega por el camino asfaltado ni por la escalera lujosa sino por el camino descendente de Aquel que se abajó para elevarnos.

Es el sacrificio (sacer fare: hacer santo, sagrado) de lo discreto, lo normal, lo cotidiano. Ofrecemos todo con confianza y naturalidad. Cada día, en cada gesto en cada encuentro, cada pensamiento y cada sentimiento. Y al final de cada día, con la misma discreción, con la misma normalidad, vamos al encuentro de lo Sagrado, para ofrecer todo, santificar todo, transmutar todo.

Nuestras vidas son la gota de agua que se une a la Sangre de Cristo para fundirse con ella. Nuestras miserias, angustias y debilidades se hacen Sangre redentora, vida eterna. Y todo al estilo de Jesucristo: con discreción, silencio, constancia, fidelidad.

Jesús es el Reino y quiere que lo seamos nosotros también. El Reino se halla en lo más íntimo y profundo de nosotros mismos, y no hay nada sensible que pueda evidenciarlo. Pero sí hay signos de pertenecer al Reino: la docilidad, la confianza y, sobre todo, la fidelidad a la voluntad de Dios.
Confianza y fidelidad, porque el amor confía, es fiel y no teme. Lo estoy descubriendo con dimensiones nuevas de mi ser en unos días de pruebas, consciencia y zozobra, con innumerables fichas que se caen. Temor y temblor, porque todo es impermanente, todas las estructuras son inestables y veo como nunca, de un modo nuevo también que, frente a lo circunstancial y temporal que no es lo Real, está lo eterno, lo inmaterial que somos. Y quiero vivirlo siempre con esa actitud que al fin empiezo a interiorizar, con los ojos de lo eterno.
 
                                                                  *********

Dimos nuestro “sí” cuando reconocimos la legitimidad de la ley de Dios, y prometimos someternos a ella, pero luego, al menos periódicamente, volvimos a vivir sin preocuparnos de la voluntad del Padre. Y nos parece que vivimos en el Reino porque nuestros “sí” fue sincero, pero lo cierto es que solemos sustraernos a la voluntad divina que nos quiere  pertenecientes al Reino. Nuestros actos quizás coincidan muchas veces con la voluntad de Dios, pero cuando surge una desavenencia entre ella y nuestra voluntad propia, lo que satisfacemos son nuestros deseos y nuestros caprichos. Pertenecer al Reino no es inscribirse en él. La entrada en el Reino exige un deseo vivo y continuo, una aceptación constante y actual de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es un “sí” continuamente repetido, que ha de vencer a nuestra infidelidad práctica.

Hay un modo especial de eludir la voluntad de Dios, incluso creyéndola cumplida; este defecto es más propio de los intelectuales, y consiste en confundir la realidad de una cosa con el proyecto, el juicio, la idea de la misma. Puede haberse pensado profundamente una idea, saborearla y ensalzarla en espíritu… y en cambio, vivir en una completa oposición. Una actitud intelectual deformada nos impide ver tal error. No existe una pertenencia definitiva al Reino de Dios: si no se desea constantemente pertenecer al mismo, se abandona sin advertirlo.

Jesucristo nos habla de un nuevo espejismo: el de imaginar que basta cierta dosis de obediencia a la ley. La pertenencia al Reino exige algo más que una exacta obediencia a una ley compleja, que exige algo más que la justicia de los escribas y los fariseos. El Reino es para cada alma la respuesta a una llamada personal; es una adhesión a la voluntad personal de Dios, diferente para cada alma y variable según las circunstancias. Desde nuestro punto de vista humano no entendemos el plan de Dios como una ley establecida para todos, sino como una voluntad progresiva, que va revelándose poco a poco según las necesidades de su Iglesia y según nuestra capacidad personal.

                                                                                                            Yves de Monteheuil