Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 25 de abril de 2015

La piedra angular


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4,8-12

En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo:Jefes del pueblo y ancianos: porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.”
 
 
 

Dice Laurence Freeman que la muerte no es el momento más importante y trascendental para la vida de un cristiano. El momento irrepetible y decisivo es aquel en que nos hemos abierto a Jesucristo y hemos puesto nuestra vida en Sus manos para con su ayuda, solos no podemos, poder llegar a ser auténticos discípulos, testigos de su Mensaje, apóstoles Suyos. Ya lo hice hace tanto que ni siquiera lo recuerdo; acaso 40 años… Luego lo olvidé, para experimentar tiempo después la dicha del verdadero recuerdo, de la verdadera consciencia, que es siempre recuerdo y consciencia de Dios. Me perdí para poder ser encontrada por el Buen Pastor y experimentar su ternura infinita en sus brazos amorosos y protectores y sentir cómo dice continuamente: jamás te abandonaré, no tengas miedo. Porque un día Él puso su mano en mi corazón y ya no hubo frío, ni miedo, ni tiempo.

Para el que escoge a Cristo como Camino, Verdad y Vida, Él es la piedra angular. Creer en Él nos da la vida eterna, nos libera de ciclos y de leyes. Porque el Verbo se hizo carne, se hizo debilidad, vulnerabilidad, para ser uno de nosotros y poder elevarnos con Él. Dios se abaja para elevarnos, por amor. Ya no somos solo carne, destino mortal, porque Él ha glorificado la carne, ha hecho del ser humano algo más que el cuerpo frágil y el alma adormecida, consecuencia de la caída. Él nos ha elevado, nos ha transformado y nos ha otorgado la dignidad de los Hijos de Dios.

Desde entonces es fácil aceptar la multiplicidad, como una cara de la única moneda. Si, como dice Frithjof Schuon, la venida de Cristo es el Absoluto hecho relatividad a fin de que lo relativo se haga Absoluto, bendita relatividad, bendita multiplicidad, contemplada desde la esencia integral y unificada que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga. Porque seguir al Buen Pastor, reconocer con Pedro que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos,  nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni coordenadas en la que todas las cosas y todos los seres mueren y renacen en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres ante el único Nombre, que siempre está viniendo.


                                         Santísimo Cristo de la Redención. Iglesia de San Ginés. Madrid

 

ME BASTA TU FIGURA

Tu figura es mi signo
vertical de infinito, hacia la Vida.

Figura que me eleva, “S” sagrada,
torsión sobre la Cruz, soga bendita
que salva de un abismo
muy hondo y muy oscuro,
cargando distorsiones
tremendas, por amor.

Figura de Varón, sereno y libre,
único entre miles de millones
figura primogénita de Dios.

Te tallamos a olvido y latigazos,
terribles clavos de silencio
e ignorancia tenebrosa y letal.

Qué incómoda postura
te hacemos adoptar, piedra viviente,
angular, de Propósito y de Meta,
Origen y Destino, solo Tú.

Una y otra vez, crucificamos
al que es el Salvador, ciega locura.
Oh sombra de Caín cómo te extiendes,
ahora como nunca en esta matrix
de miedo y destrucción. Mira los mártires,
nunca hubo tantos…, pobre Jerusalén

Sombra aciaga de culpa y olvido,
errante sombra atravesando el mundo
tantos siglos después, cansada y triste…

Pero tus días están contados. Más aún:
no quedan días siquiera
por cubrir con tu manto ceniciento,
todo es ahora,
la Salvación ahora porque Él hace
nuevas todas las cosas hoy,
ya siempre es Hoy.

Mira la luz, cómo brota y se expande
desde el costado abierto. Mira la sangre
y mira el agua, iluminándonos,
sangre–agua–luz,
derramándose desde el centro del Hijo
hasta el confín más recóndito
de este sueño de olvido y distorsión.

Mira cómo borra y disuelve
cada mancha inconsciente y torpe de tiniebla,
cada escalofrío de desolación.

Queda ya solo el Centro,
Alfa y Omega, Todo.
Esa es la Piedra, angular y sin ángulos
ni aristas, pura luz como al principio,
como al final, como siempre
y más que siempre,
eternidad donde ya somos
luz con Él,
luz de Luz.



                     
                                               Cántico espiritual, S. Juan de la Cruz. Jésed
 
 

viernes, 17 de abril de 2015

¿Por qué dos blogs? Por el tercero. BSR XIV




                                                        Morir a tu lado, Vicentico


Apariencia / Esencia…
Aparecer / Desaparecer
Ilusión / Realidad
Representación / Presencia
Sombra / Luz
Figura / Ausencia
Palabra / Silencio

La reveladora canción de Vicentico que anuncia el blog hermano www.viaamoris.blogspot.com, me da pie a explicar y explicarme por qué escribo en dos blogs. ¿Acaparadora?, ¿indecisa?, ¿ambigua?, ¿contradictoria? Todo y nada.

Dos blogs, uno aparentemente más ortodoxo y teológico (teología, el vano anhelo de llevar la lógica a Dios); el otro, aparentemente más literario, libre, permisivo. Aparentemente…, aparencia de dos blogs, cuando es un único blog.

Dos blogs porque yo también, como todos, vivo en el mundo sin ser del mundo, en la re-presentación de este mundo que está pasando, porque todo está empezando a caer, como canta Vicentico, aunque no queramos verlo. En el mundo sin ser del mundo…, con el anhelo de unidad que nos anima y nos mueve a todos, lo sepamos o no.

Dos blogs, como los pares de aforismos de Louis Cattiaux, que quedan unificados y trascendidos por un tercer aforismo, "aparentemente" difícil de comprender, pero sencillo si se nos abre el entendimiento.

Dos blogs que son tres. El tercero, el verdadero, el original, no hace falta escribirlo ni leerlo, se escribe solo y está al alcance de todos, porque pertenece a la dimensión de lo Real, y allí se expresa en el idioma de los pájaros o canta con la música callada al Nombre sobre todo nombre, al Verbo, la Palabra, anterior a todas las palabras.

Tercer blog,  que estos otros dos sueñan y en el que se miran. Tercer blog, tercer canto, tercer poema…, único Poema, que no se escribe con bolígrafo ni pluma ni teclado, no se escribe con neuronas ni memoria limitada, Poema que, como todo lo que es de la Verdad, está ya escrito, y lo escrito escrito está. Por ti, por mí, por nosotros, en esa dimensión de eternidad de la que somos y a la que regresamos.

Ya lo intuía el anónimo poeta del Romance del Conde Arnaldos, y lo cantaba con estilo paradójico, como se suele expresar lo inexpresable: Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.


                  
                                          Romance del Conde Arnaldos, Amancio Prada


Seguiré escribiendo, "aparentemente" yo, en estos "aparentes" dos blogs, definitivamente locos para el mundo, o ajenos al mundo aunque sigan en el mundo. No podía ser de otra forma si su única referencia es ya, como la mía, la Esencia Original, un Dios que se hace Hombre por amor, un Rey que se deja humillar y asesinar como un delincuente y reina desde un patíbulo: nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Nosotros predicamos... Hoy -siempre es Hoy- se nos envía de nuevo -todo es Nuevo- a predicar, comenzando por Jerusalén, que eres tú y soy yo.

Todo está empezando a caer, dice la canción, todo cae en la representación de este mundo que pasa, está pasando, pero no queremos verlo. Hemos puesto un velo entre nosotros y esa realidad, un velo o telón que solo se levanta cuando el equilibrio ficticio y anestesiante es alterado por una enfermedad, una muerte o un magnífico desastre, que diría Zorba el griego, un acontecimiento aparentemente trágico que acaba revelando su centro de Luz, esa llama que encendió el primer Resucitado, alegría de los hombres, nuestro Camino de regreso a la Vida verdadera.


                                             
                                   Jesús, alegría de los hombres, Bach, por Sissel Kyrkjebo

sábado, 11 de abril de 2015

Creer para ver; confiar para saber

 
Evangelio de Juan 20, 19-31

 Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


Incredulidad de Santo Tomás, Tríptico Rockox
                                            La incredulidad de Santo Tomás, Tríptico Rockox


Hoy se manifiesta lo que los ojos de la carne no pueden ver: un cuerpo terrestre irradiando esplendor divino, un cuerpo mortal rebosante de la gloria de la divinidad. Las cosas humanas pasan a ser las de Dios, y las divinas a ser humanas.
 
                                                                                              San Juan Damasceno


Jesús Resucitado lo hace Todo Nuevo. Él es el creador de esta nueva forma de ser y de vivir que aún intentamos hacer realidad en cada uno de nosotros. El viejo paradigma de la supervivencia: competir, controlar, ganar ventaja, acumular méritos, defender, producir..., da paso con Él a una nueva lógica, la de soltar, confiar, integrar, compartir, ayudar, unir, amar. Lo vemos en la primera lectura de hoy: Hechos 2, 32-35.
 
Fiel a esta nueva visión que nos transforma por dentro, en estos días de Gracia, de amar y ser amados (ver segunda lectura, 1 Juan 5, 1-6), de atender a lo esencial, escogiendo como María la mejor parte que nadie nos quitará, sin apenas tiempo para escribir y menos aún para atender los asuntos del César, me dejo ayudar por los amigos que saben que somos uno en Él y dejo mi cuidado entre las azucenas olvidado, como San Juan de la Cruz.
 
En el Blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com , una reflexión recuperada, y aquí un comentario de Enrique Martínez Lozano al Evangelio de hoy, Domingo II de Pascua: 
 
 
                                           CREER Y VER

Si en el cuarto evangelio, todos los personajes que aparecen son representativos, Tomás es símbolo de aquellos discípulos que tenían (tienen) dificultades o se resistían (resisten) a creer en la resurrección de Jesús. Pensando en ellos, el autor del evangelio ha construido una catequesis, que gira en torno a dos cuestiones centrales: la afirmación de fe de Tomás y la bienaventuranza que pone en boca de Jesús.
Empecemos por el final: “Dichosos los que creen sin haber visto”. En el cuarto evangelio, el tema de “creer” –que aparece unido a “nacer de nuevo”- presenta una especial relevancia y remite a algo paradójico: No se trata de “ver” para poder “creer”, sino justo al revés: sólo cuando se “cree”, se “ve”.
Aunque de entrada pueda sonar extraña, en realidad esa paradoja responde ajustadamente a lo que es la condición humana. Si sabemos que “creer” significa “confiar”, caeremos en la cuenta de que el niño, antes de “saber”, confía… Y sobre esa confianza se empieza a construir su personalidad.
¿Qué significa, pues, “creer” o “confiar”? Aquí está la clave de toda esta cuestión. Se trata de acceder a un estadio de conciencia donde la confianza resplandece, porque descubres que, en ese nivel, todo está bien. Acalla la mente y su vagabundeo errático, silencia el ego y su cúmulo de deseos, y emergerá la Quietud, el estado de Presencia, caracterizado por la Confianza y la Certeza: es justo ahí cuando empiezas a “ver” o a comprender.
Esa es precisamente la bienaventuranza: se proclama felices o dichosos a quienes, trascendiendo la mente y el yo, experimentan la confianza radical, en ese estado que permite “ver”.
De este modo, parece que el autor del evangelio buscaba motivar a los cristianos de la segunda generación para que acogieran la fe en la resurrección y, de ese modo, llegaran a la profesión de fe cristiana: “Señor mío y Dios mío”. Porque es ahí –viene a decir- donde se juega la fe, no en el hecho de haber tocado o no las llagas del resucitado.
Lo que se percibe y vive en ese nivel –trascendida la mente y el yo- es Paz y Perdón. Ahí se ha dejado el reino del ego y se es introducido en el reino del Espíritu. No es extraño que sean precisamente ésas las palabras del resucitado.

Por lo demás, el resto del relato no parece ser sino una escenificación que pretendía mostrar el objetivo enunciado.
Se sitúan las apariciones, tanto la primera como la segunda, en domingo –“el día del Señor”- y en el contexto de la celebración de la Eucaristía. Con lo que el autor transmite también otro mensaje: la eucaristía –o “fracción del pan”, o “cena del Señor”- es el “lugar” idóneo para experimentar al resucitado; y quien no participa de ella, pierde la posibilidad de verlo. Pero no por un motivo mágico –como si de un premio se tratara-, sino porque la eucaristía es la celebración de la Unidad de todo.
Se menciona de un modo expreso el miedo de los discípulos. Si tenemos en cuenta que este evangelio no se escribe antes del año 100, no sabemos si esa mención obedece a un recuerdo histórico –en el contexto de alguna persecución de que fueran objeto los discípulos de Jesús por parte de los judíos-, o quiere mostrar sencillamente el estado de ánimo del grupo antes del “encuentro” con el resucitado, o incluso si sólo es un pretexto para decir que las puertas estaban “cerradas” y, aun a pesar de ello, Jesús se hace presente.
El mensaje puesto en boca del resucitado es siempre un mensaje de Paz. De hecho, lo había sido a lo largo de toda la vida del Maestro, a pesar de haber vivido en un conflicto casi permanente. En medio del conflicto, Jesús fue paz.
La paz es hermana de la confianza. Al acallar la mente –cuando dices “¡párate!”-, aparece lo que siempre hay: Quietud (otro nombre de la paz). Y simultáneamente, Confianza que brota al apercibir que, en ese “lugar”, en el Silencio que está oculto detrás de tantos ruidos de todo tipo, todo está bien. La confianza y la paz se hermanan en una sensación de Gozo sereno y desapropiado, que no está reñido con que, a nivel superficial, aparezcan alegrías o tristezas efímeras.
Quien experimenta esto, se siente “enviado”, tal como señala el mismo texto. No a hacer proselitismo ni porque se crea en posesión de la verdad. Es algo mucho más hondo, gratuito y desapropiado. Sentirse “enviado” es, sencillamente, reconocerse como “cauce” a través del cual la Vida se expresa. Por eso mismo, no hay apropiación ni expectativas; se deja que la Vida sea. Por eso, en este sentido en el que lo estamos planteando, únicamente puede sentirse “enviado” quien ha dejado de identificarse con su yo, se ha desprendido del ego. El yo no puede nunca vivir como “enviado”, aunque lo proclame, porque su característica es vivir egocentrado, justo lo opuesto a ser cauce.
Tanto la paz como el envío y el perdón, que se nombrará más adelante, nacen –es otra forma de decirlo- de experimentarse llenos del Espíritu. En el Silencio de la mente, en la Quietud de la Presencia, en la desapropiación del yo, lo que queda es Espíritu… Y eso que queda es, justamente, nuestra identidad más profunda.
Pierre Teilhard de Chardin decía que “no somos seres humanos que vivimos una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”. Mientras estamos identificados con el yo, convencidos de que eso es nuestra identidad última, si somos personas religiosas, vemos el Espíritu como alguien “exterior” o, al menos, separado, de quien vendría la fuerza a nuestro pequeño yo.
Al despertar, todo se modifica. Venimos a descubrir que somos el Espíritu, que se está expresando en una forma concreta, la de cada yo particular. En lo concreto, no se trata, por tanto, de acudir al Espíritu para que venga en auxilio de mi pequeño yo, sino de no olvidar nunca más que “soy” el Espíritu viviéndose en una particular forma humana.  
He entrecomillado la palabra “soy”, porque el sujeto de la misma no es mi pequeño yo -¡eso sí que sería el colmo de la inflación egoica!-, sino el mismo Espíritu que habla a través de esta forma.
Es precisamente en este cambio en la percepción de nuestra identidad donde se juega el “salto” que parece anunciarse en la humanidad. Un salto decisivo que habrá de llevarnos de vivir egocentrados –girando únicamente en torno a nuestros pequeños intereses, sean individuales o colectivos- a experimentarnos como una única Identidad compartida en la que, en cada ser, nos reconocemos a nosotros mismos. Esto no es otra cosa que la vivencia de la No-dualidad: las diferencias están, pero dentro de una no-separación o Unidad radical.
Es también a partir de ahí como se modifica tanto la percepción como el comportamiento. ¿Cómo me dirigiré al otro, a quien reconozco como el Espíritu, el mismo Espíritu que “yo” soy en mi identidad más profunda? ¿Cómo actuaré con alguien que, detrás de su forma particular, “soy” yo mismo, detrás también de mi particular forma? Únicamente desde aquí es posible vivir el perdón, el no-juicio, la compasión y el amor servicial. Ahí “vemos” al resucitado, como espejo de lo que somos y siempre hemos sido y nunca dejaremos de ser.

Una poesía de Eugenia Domínguez apunta e invita a que salgamos de la ignorancia que supone reducirnos a la mente y tengamos el coraje de permanecer, sencillamente, en el Yo Soy. Di “Yo soy”, no añadas nada más… y permanece ahí, hasta que la luz se manifieste.


                                                 PAUSA

Tardé tanto en convencerme
de que correr y  morir son lo mismo…
Alguna tregua breve,
y vuelta a la tortura de la noria,
donde luces y sombras se suceden
y se mezclan aturdidas.

Tardé siglos en darme cuenta
de mi prolongada, absurda muerte
y un instante sólo en detenerme,
el instante preciso para ver
que vivo y reconocer
mi peso, mi paso, mi volumen,
el misterio que alienta
en mi cuerpo y lo trasciende
difuminando sus bordes,
uniendo mi vida a la Vida.

Un instante sólo en detenerme,
reconocer que Soy
y Ser.
 

                                                         Enrique Martínez Lozano


 
 
 Yo creo en tu Resurrección, Hermana Glenda
 
 
Así como nadie puede ser liberado de un amor sino por otro amor más grande, así nadie tampoco puede ser liberado de una representación del mundo sino por otra más elevada o más vasta.
Cambiar de mundo es cambiar de mirada; los ojos carnales no ven la misma realidad que los espirituales.
                                                                                  Jean-Yves Leloup
 
Que no nos dejemos encerrar en la prisión del tiempo, sino que permanezcamos siempre abiertos a la eternidad de Dios, creyendo firmemente que con la muerte y resurrección de Cristo, la eternidad de Dios ha tomado posesión del tiempo humano y el tiempo mundano, la representación de este mundo, se está acabando.
Carlo Mª Martini
 

sábado, 4 de abril de 2015

Resurrección. Del "fracaso" a la Maravilla III

 
         


             Final de la película El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini. Un "fracaso" que se vuelve Maravilla. Un "final" que es el principio, la nueva Creación.
             Maravilla es también que un ateo aparente, como era Pasolini, haya realizado esta película, una de mis favoritas sobre la vida de Jesucristo.
 
             Puede que fuera ateo para el mundo, o tal vez fuera una pose, como defensa frente a una religiosidad farisaica, elitista y excluyente de ciertos sectores, como el de los homosexuales, entre los que se encontraba Pasolini. Pero estoy convencida de que no era ateo para Dios, ni para sí mismo. La prueba es su respeto absoluto al relato evangélico y su capacidad de transmitir fielmente la enseñanza de Jesús, su misión redentora y la alegría de la Resurrección.
 
              Todos los personajes son realistas y cercanos, nada almibarados o "modernizantes", como estamos acostumbrados a ver en otras películas del género.
              El personaje de la Virgen María, interpretado por la propia madre de Pasolini, resulta especialmente acertado. Una mujer de unos cuarenta y nueve años, como tendría María cuando muere Jesús, sería en aquel tiempo una anciana. Pero cuánta luz, frescura e inocencia sabe proyectar en sus ojos y su expresión, un director que en esta ocasión estuvo, creo, realmente inspirado por el Espíritu Santo.
 

viernes, 3 de abril de 2015

María, la de Cleofás. La Pasión; personajes secundarios VII


Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
                                                                                                                  Juan 19, 25

 
                                    El Descendimiento de la Cruz, Roger van der Weyden


            Nunca he visto un muerto tan sublime. Tan hermoso, que la propia muerte parece espantada de su ancestral misión. Su rostro ensangrentado, sucio y magullado, y aun así tan sereno.           
Inmóvil el que era la armonía en movimiento. Callada la voz profunda y suave, clara como ninguna.
            Aún no han muerto los dos delincuentes que han crucificado junto a él. Agoniza el de su izquierda, con un estertor oscuro. Agoniza el otro, el que no ha dejado de mirarle con una expresión rara, de paz o acaso de dicha. Qué loco ese ladrón muriendo así; qué loco o acaso qué sabio al fin. Ya muere el ladrón loco o sabio. Se diría que se marcha tras Jesús, cuyo cadáver cuelga de una cruz de madera ensangrentada.

            Que lo bajen, que nos dejen limpiar su piel herida, envolver ese cuerpo que no parece el suyo, tan lastimosamente golpeado. Que lo bajen, que dejen que su madre lo bese antes de sepultarle. Ay, Dios de nuestros antepasados, que no se muera ella también de sufrimiento al recibir el cuerpo inerte de su hijo. Ay Dios, dale tu fuerza, que una madre es siempre madre y le tiemblan las entrañas si su hijo sufre o pena. Ay, Dios de Abraham y de Moisés, Dios de David, sostén a la madre de Dios.
            Pero ¿qué digo? También yo tiemblo y digo cosas que no entiendo ni yo misma. Es tanta la pena, tanta…

Ay, Dios de nuestros padres, ven a socorrernos, ven Dios y sostén a tu hija, que es la madre de tu Hijo. Ven, Dios, auxilia a la madre de Dios. Y ampáranos a todos ante este muerto tan bello.
Mira, María, qué muerto más prometedor es tu hijo. Recuerda que dijo que habría de volver.
            Ya lo tiene en su regazo… Cómo abraza la madre de Dios el cadáver de Dios. Y la tierra se espanta y se estremece el cielo, al ver cómo se posan, empapados de llanto, los labios de la madre en la cabeza del hijo que llevó en sus entrañas, en los ojos y el rostro, inmóviles y fríos, del Hijo de Dios.

El centurión ante la cruz. La Pasión; personajes secundarios VI


El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.                   

                                                                                                                 Marcos 15, 39


Apenas nadie acompaña a este hombre. ¿No decían que es el Mesías? ¿Dónde están sus seguidores, si solo veo un diminuto grupo de mujeres llorosas y un joven pálido como la leche… Una de ellas llora distinto, como si toda ella fuera un puro llanto y no necesitara ya llorar con lágrimas ni ruidos ni aspavientos. Otra mujer algo más mayor, casi anciana, sostiene a esta, que es el silencio dolorido. Podría ser mi madre por edad, pero aparece tan joven en su palidez bajo ese velo negro, de luto ya, de noche inmensa…
Otra mujer, con la cabeza descubierta y el largo cabello revuelto, llora desesperada y se refugia a veces en el regazo de la que se ha transformado en llanto silencioso. Y cómo la acoge ella sin apenas moverse, con qué ternura de madre recibe su cabeza de melena enloquecida y polvorienta. Qué imagen estas dos mujeres, tan hermosas en su drama compartido. Una es el llanto sublime de quien sabe llorar como los ángeles o como los dioses. La otra es el llanto desconsolado de todas las mujeres que aman y han perdido todo.
            Las dos mujeres abrazadas atraen mi mirada y me conmueven, pero no son ellas quienes me han hecho doblar las rodillas. Es el objeto de su sufrimiento, ese reo destrozado, el que me ha hecho postrarme a sus pies, rendido de asombro y de temor. Él ha pedido a su padre el perdón para sus ejecutores. Lacerado e impotente en el dolor atroz de los crucificados, que nadie ha visto tan cerca como yo. Ese dolor que a otros arranca gritos y blasfemias, a este le ha inspirado un deseo tan generoso e inexplicable que me ha erizado el vello y me ha llenado el pecho de un calor extraño, que casi duele. Lo ha dicho mirando a lo alto y como no veo ningún hombre adulto en el grupo que le llora, intuyo que ese padre al que se dirige es su Dios.
            Y estoy a sus pies como ellas, como el joven pálido que, tan frágil, parece protegerlas en su infinita indefensión. A sus pies sigo, de rodillas, aunque haya muerto, pues no ha vuelto a mover un músculo desde que Gayo Casio le atravesara el costado. Agua y sangre han brotado y Casio debe de haber enloquecido, pues dice que ahora ve bien. ¿Es que antes no veía? O acaso veía sucio, o acaso veía sombras, o acaso veía la mentira de un mundo que parece haber terminado.
            Porque se ha hecho de noche de repente, y mientras la oscuridad nos envuelve con su frío manto, una luz que no es de este mundo me ilumina por dentro.
            Se ha oído un estruendo atrás, en la ciudad que ha condenado a este justo que no puedo dejar de mirar. Un estruendo ronco y seco. Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
            Antes de inclinar la cabeza, ¡dónde está su rostro, que quiero seguir mirándolo! ha hablado con el asesino que tenía a su derecha. ¿Qué le habrá dicho para hacer que ese pobre condenado muriera con tanta paz en el rostro? Apenas pronunció una o dos frases y el otro le miró, antes de abandonarse a su cruz para morir como quien duerme. Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
            Quién tuviera en la muerte a alguien al lado que consolara así o que borrara así todo lo malo, para morir en paz como este hombre que ha muerto como quien se dirige a un lugar maravilloso.
             Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Nadie que hubiese estado aquí lo negaría. Nadie hará que lo olvide.

Dimas y Gestas. La Pasión; personajes secundarios V


Uno de los malhechores allí crucificados empezó a insultarlo: “¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!” Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad lo estamos justamente, porque recibimos lo que merecen nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y Jesús le dijo: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
 
                                                                                     Lucas 23, 39-43
 

Crucifixion with the Virgin and Sts. Cosmas, John the Evangelist and Peter Martyr - Fra Angelico
                                                         La Crucifixión, Fra Angelico


DIMAS

Quién pudiera vivir un poco más, unos años más, unos días más. Nunca he tenido apego a la vida, la mía ha sido tan miserable que no merece ser llamada vida. Pero este hombre, que es mucho más que un hombre, me está enseñando con su muerte que hay una forma más digna de vivir.

            Quién tuviera una vida por delante para morir por Él… Pero muchos pueden morir por Él. Intuyo que serán miles los que mueran por Él; y solo Gestas y yo tenemos el privilegio de morir con Él. Pero Gestas lo desprecia, su corazón de piedra no podría valorar tal don. Yo, Dimas, durante treinta años ciego, ahora veo su luz, lo reconozco y muero con Él.
Susana estuvo en aquel monte, escuchándole de cerca, y desde entonces no fue la misma. Ojalá hubiera escuchado yo también sus palabras. Y seguirle, aunque fuera de lejos, verle caminar, aprender sus enseñanzas.
Tanto dolor en un rostro…, pero tan sereno a pesar de la sangre y los ojos hinchados por los golpes. A mí no me han lastimado tanto antes de clavarme al madero. ¿Qué tienen contra Él? ¿Tan peligroso es lo que ha enseñado y ha hecho?
INRI, han puesto en su Cruz, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”, ha dicho ese soldado que le mira con seriedad, puede que con respeto. Creo que esa inscripción mal tallada es lo más cierto que he leído jamás, pues solo un rey puede morir así, entre criminales, desnudo, humillado, sin perder su majestad, esa expresión digna y serena en su agonía.
Si me atreviera a hablarle, si pudiera dirigirme a Él, aunque solo sea para que sepa que no le desprecio como ese infame…, pobre Gestas…
Vamos Dimas, es tu hora, para eso estás aquí, díselo, que tú crees en él aunque no seas digno de morir a su lado, venga, dile que te recuerde, a ti que no mereces entrar en su Reino, que al menos se acuerde de ti… Ánimo, Dimas, díselo ya…


File:Bockstorfer Altar Mitte.jpg
                                                   Crucifixión. Christoph Bockstorfer

 
GESTAS

– Y tú que te creíste las promesas de aquel loco... “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.” Cómo vas a estar en el Paraíso, si estás aquí conmigo, escuchándome. Te pasó por crédulo y confiado. Un desengaño más; a ver si aprendes. 

– ¿Quién te ha dicho que no estoy en el paraíso? ¿Por qué das por sentado que no es el paraíso donde estamos hablando? Yo te he hecho venir para decirte que aún tienes una oportunidad de no ser un eterno condenado. Recuerda la voz de aquel justo. Recuerda el brillo de sus ojos, tan parecido al de los ojos de tu madre cuando te limpiaba las heridas que siempre había en tus rodillas por correr demasiado. Recuerda el niño que fuiste, que sigues siendo si quieres. Recuerda el joven animoso y decidido, antes de que la avaricia y la violencia encogieran tu corazón. Arranca de una vez esa piel muerta de serpiente que recubre tu espectro y recuérdate. Tal vez estés a tiempo; ojalá estemos a tiempo. No mereces la condena eterna si eres capaz de recordar y recordarte, y percibo en tu silencio que así es.

jueves, 2 de abril de 2015

La Verónica. La Pasión; personajes secundarios IV


                                                        Verónica: Vero Icono. Imagen verdadera.
                                               
              
                                                 La Verónica con la Santa Faz, El Greco


No volví a encontrar entre los hombres ningún rostro que me conmoviera como aquel que cubrí con mi lienzo. Si digo que me conmovió, no me refiero a que me diera lástima. Me hizo sufrir mirarme en su dolor, pero aquel hombre tenía demasiada dignidad en sus padecimientos como para inspirar lástima. Más que mover a lástima, movía a amor. Sentías que aquel sufrimiento, que a algunos les parecería absurdo, no podía tener más origen ni más razón, más motivo que el amor.
 
Cómo vivir después de ser testigo de ese amor. Cómo afrontar el resto de tu vida cuando tienes en un lienzo la belleza sufriente, el retrato fiel del más puro amor. Amándole a Él primero y amando su vida y su enseñanza, que no tardé en conocer. Y a través de su recuerdo, que más que recuerdo es una presencia constante, aprendí también a amar a los demás como él, sin pedir nada a cambio.

            Vienen desde muy lejos a contemplar el lienzo donde quedó grabado su rostro ensangrentado. Yo apenas lo miro porque estoy continuamente viendo, contemplando, admirando el retrato que él grabó en mi alma al mirarme y verme.
 
            Me basta su recuerdo, cada vez más vívido, más real que lo que antes parecía real. En las noches de verano, cuando cuesta conciliar el sueño, salgo a los caminos y miro el cielo donde siempre encuentro esa estrella nueva que empecé a ver después de que Él dejara su rostro grabado en mí para siempre.


                                                             La Santa Faz, El Greco
 
 
            Dicen que el Nazareno me volvió loca, que nunca debí acercarme a Él ni por compasión ni por caridad.
           Me volvió loca..., sí, pero de amor, un amor que no se parece en nada al de este mundo… O sí se parece a los amores buenos de este mundo y los supera, los abarca, los eleva a la altura de esa estrella que me mira y me dice cada noche: “no temas, sigo estando aquí, siempre estaré aquí.”
            Qué puede importarme la soledad, la incomprensíón, el sufrimiento, incluso la muerte, si sé que todo me lleva hacia esa imagen que mi corazón guarda.
 
            Ese rostro dibujado con sangre, que ya apenas miro porque lo llevo dibujado con luz en mi alma. Jesús, mi hermano, mi padre, mi hijo, mi esposo, mi Dios de rodillas, mi Dios malherido, mi Dios tan cercano que siempre lo veo si cierro los ojos y lo miro dentro.
 
            La gente ve sangre en el paño; sangre dibujando un rostro. Yo veo mucho más; es Él, que ha quedado impregnado en el paño, en mis manos, mi casa y mi alma. Es su esencia transparente, su Luz pura y viva, derramándose en todo por siempre, desde aquel día en que dolía hasta la luz.
 
 

Mujeres de Jerusalén. La Pasión; personajes secundarios III

 
“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”;porque, si esto hacen con el leño verde, ¿Qué harán con el seco?”. 
                                                                                        Lucas 23, 28-29
 


                                      Jesús cargado con la cruz, Giovanni Battista Tiepolo


          Hijo, hermano, padre, esposo…, todos los hombres que amamos caben en un Hombre que camina encorvado por el peso de una cruz hacia la muerte. Dijo: “no lloréis por mí…”; y lo entendimos bien, porque, al llorar por él, llorábamos ya por nosotras y por todos los desgarros que habían de venir, que aún han de venir. Qué libro profético tan claro y doloroso, su cuerpo torturado…
 
          Ya lo han crucificado entre dos delincuentes. Toda la historia cabe en este instante. En esa cruz está todo el universo, y en ese cuerpo que agoniza cabe toda la humanidad, la muerta, la viva, la por nacer. En ese dolor supremo, están contenidos los dolores del mundo en todas las épocas. En ese amor extremo y perfecto, cabe todo el amor imperfecto de los hombres que han esperado, muchas veces sin saber que lo esperaban, un Salvador que les abriera las puertas de la Vida. En esa madre que contempla la agonía del Hijo, están todas las madres de todos los tiempos. Nosotras, nuestras madres, las madres de nuestras madres y todas las que aún no han nacido. También tú.
 

miércoles, 1 de abril de 2015

Claudia Prócula. La Pasión; personajes secundarios II

Mientras estaba sentado en el tribunal, envió su mujer a decirle: No te metas con ese justo, pues he padecido mucho hoy en sueños por causa de él.

                                                                                                                           Mateo 27, 19


File:Gustave Doré - El sueño de la esposa de Pilato.jpg
                                           El sueño de la mujer de Pilato, Gustave Doré


            Quién pudiera dormir sola, y no con este cuerpo cobarde al lado. Quién pudiera volver a ser una doncella casta y pura, para huir de los hombres cobardes, de los hombres que venden sus ideales por miedo o por desidia, de los que se lavan las manos por tibieza, cobardía, incoherencia... Ofrecería mi destino a cualquier Dios. Aquel de los que siguen al galileo podría servir… Aquel por el que el galileo vive y muere podría acogerme… Acaso solo Él puede aceptarme, después de tantos años de indolencia compartida con esta marioneta que es Poncio, incapaz de reconocer la Verdad, ni siquiera cuando la Verdad lo mira y lo envuelve con un silencio lleno de respuestas.
 Poncio pudo haber pasado a la historia como un hombre valiente. Nunca volverá a tener una oportunidad así. No vendrá otro Mesías. Jamás va a haber una mirada o una voz como las suyas. No habrá nunca otro Jesús.
            Recuerdo la sangre bañando su frente, los labios hinchados por los golpes. Y sus ojos seguían brillando cálidos, a través de sus párpados entumecidos. Deberían haber estado enrojecidos o cerrados pero seguían brillando, limpios y claros, como si con ellos pudiera iluminar un día tan oscuro y extraño, tan violento, tan ciego.
             ¿Quién era ese hombre de hablar claro y breve, de silencios largos y llenos de significados? ¿Quién era ese rabbí misterioso que no puedo olvidar, que no quiero olvidar? ¿Quién era ese nazareno que regresa a mis sueños y me mira con amor? Nunca un hombre me ha mirado así, con esa ternura, con esa atención.. Ni una mujer. Ni siquiera mi madre. Nunca un hombre... Nunca, nadie. Nunca, nunca otro Jesús...
            Cómo escapar o empezar de nuevo, después de tantos años de rumbo incierto. Cómo dejar de ser la esposa del que se lava las manos de la sangre del justo, cómo abandonar para siempre la mentira y seguir a quienes siguen a ese hombre, por ver si me alcanza una palabra que me devuelva un nombre del que no avergonzarme jamás.
             Y volver a soñar con Aquel que ya han crucificado… Que no dejará de ser crucificado mientras queden hombres y mujeres que no sepan qué es la Verdad. Soñar con un amor que está más allá del amor, el que me inspira el recuerdo de sus ojos y su voz.
Claudia, dice cada noche el que nunca mereció castigo, Claudia, dice eternamente, por mi muerte naciste de nuevo, por mi suplicio te he salvado para Mí.


                                                                               ***
           
           Claudia duerme a mi lado. Qué hermoso sueño sueña, que deja en su semblante esa paz alegre, de niña que aún no sabe qué es el miedo o la ausencia o la tristeza. ¿Soñará con el nazareno? ¿Soñará que le escucha en ese monte donde dicen que dio claves de cómo encontrar y vivir la verdad?
           Yo sigo dando vueltas a la pregunta que le hice, ¿qué es la verdad?, y no respondió. O tal vez respondió con su silencio y con esa luz de sus ojos que no puedo borrar del pensamiento ni cuando duermo ni cuando miro a Claudia. Porque en los ojos de mi mujer veo un reflejo de esa luz de Jesús, que parece inundar poco a poco a cuantos creen que él es el Mesías.
            Dime, Claudia, ¿has encontrado la Verdad, sueñas con ella? Contéstame tú, o enséñame a mirar a quien tú miras, a creer en quien tú crees, que estoy cansado de tanta sombra y de tanta mentira. Que estoy cansado de ser Pilato, el cobarde, tan cansado de mí. Despierta, Claudia, y mírame. Despierta o, mejor, despiértame.