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domingo, 29 de marzo de 2015

Semana Santa. Del "fracaso" a la Maravilla I


Hoy comenzamos la Semana Santa, días para recordar que de un fracaso tremendo para el mundo, la crucifixión del Mesías como un delincuente, un malhechor, surge la auténtica y definitiva victoria, la resurrección gloriosa, el triunfo sobre ese fracaso universal que es la muerte.
Días de gracia, como siempre y como nunca, para aprender de Jesús a aceptar derrotas, traiciones, pérdidas, injusticias y sufrimientos que vengan de este mundo, en el que estamos y del que no somos, pues nuestro destino es seguirle también en la victoria frente al mundo.
Así nos anima a imitarle Santo Tomás de Aquino:
“Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
(…) Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los hombres, ya que él experimentó las burlas y azotes, ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.”

La corona de espinas

Dios no exige la muerte del Hijo, sino que el Hijo abraza esa muerte como gesto de amor infinito, revistiéndose de todo nuestro pecado, nuestro dolor, nuestra mortalidad. Por eso no es lo material de los tormentos lo que nos salva (ha habido muchos seres humanos terriblemente torturados a lo largo de la historia), sino la aceptación voluntaria de Jesús de todos esos padecimientos extremos, por amor y con voluntad salvífica. Así, después de una aparente derrota para el mundo, Cristo vence a la muerte, el mayor enemigo de Sus amigos.

Fray Juan de los Ángeles expresa así la magnitud del fracaso, que será proporcional a la grandeza del fruto del Árbol de la Cruz, victoria absoluta y definitiva sobre la muerte:

“Vuelve los ojos a los males que padece, y cuéntalos, si sabes de cuentas, y añade números a números, y ceros a ceros, que no hay aritmética que no sea manca y corta para contarlos. Padece cárceles y cadenas como débil, siendo todopoderoso; padece escarnios y afrentas como necio, siendo sabiduría del Padre; padece y sufre bofetadas y salivas como blasfemo y vil, siendo la misma bondad; sufre azotes y muerte de cruz como malhechor, siendo justísimo Dios. Llamóle Isaías varón de dolores y que sabía de enfermedad, porque verdaderamente no hubo dolor que no se registrase en Él.
(…) Y lo que es más de consideración, que en medio de tantos y tan graves dolores, ningún género de alivio tuvo, ni sobre qué reclinar su cabeza lastimada, ni sobre qué descansar aquel sacratísimo cuerpo, que de solo tres clavos estuvo colgado y apegado a la tierra, secándose con los dolores; todo rodeado de los brazos de la muerte; en lo de fuera abatido y despreciado, y en lo de dentro desconsolado.”



                                     Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, Joseph Haydn


Jesús guarda silencio durante la mayor parte de la Pasión. Y cuando habla, lo hace en voz baja y clara, como las pocas palabras que pronuncia ante Pilato, las que dirige a las mujeres de Jerusalén, camino del Calvario, o las siete Palabras desde la cruz.
El Verbo increado, la Palabra encarnada no necesita gritar ni vociferar. Muere como ha vivido, en voz baja, con voz clara, diciendo sí, cuando es sí, y no, cuando es no.
Muere como ha vivido y resucita como ha muerto: sin aspavientos, sin bullicio, sin grandilocuencia, con un sepulcro vacío, unos lienzos tendidos y un sudario enrollado.
Como dice Bruckberger: “Al tercer día resucitó como había dicho. Él es quien tiene la última palabra. Pero esta última palabra la pronuncia tan bajo, como verdadero poeta, que solo la oye quien tenga buenos oídos para oír.”


Ayer, estaba crucificado con Cristo,
hoy, soy glorificado con él.
Ayer, estaba muerto con él,
hoy, estoy vivo con él.
Ayer, fui sepultado con él,
hoy, he resucitado con él.
                                                                               San Gregorio Nacianceno


            "En una ocasión nuestro Señor me dijo: “Todo irá bien”; en otra ocasión dijo: “Y tú misma verás que todo acabará bien”. Y de esto el alma obtuvo dos enseñanzas diferentes. Una era ésta: que él quiere que nosotros sepamos que presta atención no solo a las cosas grandes y nobles, sino también a todas aquellas que son pequeñas y humildes, a los hombres simples y humildes, a este y a aquella. Y esto es lo que quiere decir con estas palabras: “Todo acabará bien”. Pues quiere que sepamos que ni la cosa más pequeña será olvidada.
            Otro sentido es el siguiente: que hay muchas acciones que están mal hechas a nuestros ojos y llevan a males tan grandes que nos parece imposible que alguna vez pueda salir algo bueno de ellas. Y las contemplamos y nos entristecemos y lamentamos por ellas, de manera que no podemos descansar en la santa contemplación de Dios, como debemos hacer. Y la causa es ésta: que la razón que ahora utilizamos es tan ciega, tan abyecta y estúpida, que no puede reconocer la elevada y maravillosa sabiduría de Dios, ni el poder y la bondad de la santísima Trinidad. Y ésta es su intención cuando dice: “Y tú misma verás que todas las cosas acabará bien”, como diciendo: “Acéptalo ahora en fe y confianza, y al final lo verás realmente en la plenitud de la alegría”.
            Hay una obra que la santísima Trinidad realizará el último día, según yo lo vi. Pero qué será esta obra y cómo será realizada es algo desconocido para toda criatura inferior a Cristo, y así será hasta que la obra se lleve a cabo… Y quiere que lo sepamos porque quiere que nuestras almas estén sosegadas y en paz en el amor, sin hacer caso de ninguna preocupación que pudiera impedir nuestra verdadera alegría en él.
            Esta es la gran obra ordenada por Dios desde antes del principio, tesoro profundamente escondido en su seno bendito, conocido sólo por él, obra por la que hará que todo termine bien. Pues así como la santísima Trinidad creó todas las cosas de la nada, así la misma santísima Trinidad hará buenas todas las cosas que no lo son. Quedé profundamente maravillada en esta visión, y contemplaba nuestra fe con esto en la mente: “Nuestra fe se fundamenta en la palabra de Dios, y pertenece a nuestra fe que creamos que la palabra de Dios será preservada en todas las cosas”."
                                                                                         Juliana de Norwich,
                                                             Revelaciones del amor divino

sábado, 28 de marzo de 2015

Via Crucis, Via Lucis, Via Amoris


Semana Santa, días de recordar de nuevo que somos polvo, pero polvo de estrellas, llamados desde el barro a la Luz por Aquel que, al ser elevado sobre la tierra, nos eleva con Él.

Voy a recuperar textos del año pasado, porque necesito silencio y quietud para poder vivirlo conectada con la Jerusalén Celeste, Pascua eterna. Por eso voy a intentar liberarme de ordenadores, móviles, televisores, compromisos que no sean esenciales, de la Esencia, cumplimiento de Promesa. 
 
Escojo la wifi verdadera, la conexión esencial, para adentrarme como nunca, como siempre, como ahora, en el Misterio. Para esto ha venido, he venido, hemos venido….Para seguirle en la Cruz, y de ella a la Luz: Resurrección que ya somos.

Esa es la Obra, el Retorno a la Casa del Padre, entregándolo todo: los viejos mundos, las viejas lógicas, los paradigmas que ya no sirven… Grano de trigo que muere para dar fruto, morir a sí mismo para renacer al Sí Mismo. Más allá de la experiencia, más allá de la existencia, más allá de la mente y sus dictados y mentiras, más allá de la energía de aquí abajo, que solo conduce a vidas que se agotan en sí mismas…

Vivir la Pasión, ser Él, morir con Él para resucitar en Él… Sí, es la Meta desde que recuerdo...; pero antes, miremos a las mujeres de la Pasión y la Resurrección… Que Él haga en ti, en mí, en nosotros lo que en ellas, de los siete demonios, el colmo de la distorsión, a la torsión suprema: ser en Él. Miremos a María Magdalena, la conversión por amor, y a todas las demás, espejos, ecos...: Verónica, Juana de Cusa, María de Santiago… Hasta Ziborea, la madre de Judas, de la que Khalil Gibran hace un precioso, dolorido, esperanzado semblante.

Antes de Ser alter Christus, tenemos que ser discípulos, apóstoles… Mirémonos otra vez en ellas, en su sufrimiento sereno y esperanzado, su aceptación, su entrega, y dejemos que la Madre inspire, guíe, acompañe. Porque, además de Madre, fue mujer, con el corazón atravesado por espadas de angustia.

 

 

La mujer humilde y valiente, fuerte y dócil, clara y misteriosa. Sin ella no hay Hijo que muera ni Hijo que resucite… Oh Piedad, en el regazo del dolor y la esperanza ponemos hoy nuestras vidas; centro perfecto desde donde elevarnos a la Vida que no acaba. Antes de intentar ser otro Cristo, mirarle a Él, como Le miraban ellas, solo a Él, sin otros señores, sin otros salvadores. Seguirle es verle, mirarle, reconocerlo a cada instante. Pongamos en Su Cruz todo: los pecados, los errores, los olvidos, las ausencias, recordando que un Dios crucificado por Amor salva y que, como dice San Pablo,  nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios, sabiduría de Dios.

 


Este año como nunca, como siempre, como ahora, como Hoy, a vivirlo desde el centro de la cruz, dejando en Él nuestra nada, nuestra miseria, muriendo con Él para resucitar en Él. Iremos recuperando textos del año pasado, por si en algún momento necesitamos más inspiración que la que da cada día, cada hora si la vivimos aquí y ahora, sin pasado, sin futuro, sin creencias, sin programas, sin condicionamientos…

Porque cada día Él muere y resucita, y nosotros con Él. Lo he recordado en estos días de gracia vividos en un Hospital, uno de los muchos escenarios donde hoy se escenifican Via Crucis de carne y sangre, sudor y lágrimas. Largos pasillos de asombro y esperanza, llenos de habitaciones donde yacen Cristos rotos, como diría Ramón Cue, caminando todos hacia la Cruz que es antesala de la Luz: Via Crucis, Via Lucis, Via Amoris.

Cruces de muchos tamaños y pesos, algunas tan ásperas que su solo tacto araña y desgarra. Una, dos, tres caídas…, todas las caídas del mundo… Angustia, estupor, Verónicas que enjugan rostros doloridos con su mirada serena, sin saber que su consuelo es milagroso y graba, conserva, hace eterno cada gesto de amor… Ascensores llenos que siempre tardan, donde suben y bajan y suben mujeres de Jerusalén que ya no lloran por Él, pues saben (aunque aún no saben  que saben) que han de llorar por ellas mismas, porque el llanto es siempre por uno mismo. Marías que esperan desoladas a la puerta de un sepulcro, mientras la noche se retira para dar paso al alba de la Resurrección.

 

sábado, 14 de marzo de 2015

Por la Cruz a la Luz


Evangelio de Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.



                                                              Cruz de San Damián


           El Evangelio de hoy nos invita a contemplar de nuevo la unión de cielo y tierra, arriba y abajo, interior y exterior; todas las antinomias, dualidades y distorsiones resueltas en la Cruz, donde se gesta el triunfo de la Resurrección.
            Porque Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios, que se inmola a Sí mismo a través de Su Hijo en un sacrificio irrepetible, donde Él es a la vez víctima inocente e inmortal, sacerdote todopoderoso, altar perpetuo y fuego puro.
            Si miramos el Misterio del Gólgota y la Resurrección con los ojos del corazón, descubrimos que el Reino de Dios es Jesucristo. Dice Ivo Le Loup (Sédir) que el único modo de poder imaginar lo que puede llegar a ser la vida en ese Reino es mirar lo que Él ha hecho aquí abajo.
            Si la Encarnación es ya un acto de amor infinito de Dios hacia el hombre, su Sacrificio y su Resurrección son la plenitud de ese amor, algo tan inconcebible que la mente se rinde y se retira.

       
Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
                                                                                                                   San Agustín


Gritad jubilosos, habitantes de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.

                                                                                                                   Isaías 12, 6


POR LA CRUZ A LA LUZ

En ese cuerpo muerto está la Vida,
y no es una metáfora o un símbolo.
Figura y símbolo era la serpiente
de bronce, salud para el que la miraba.
Y aquí no hay curación, hay mucho más;
un infinito más: la Salvación,
Luz inmortal, corriendo por sus venas  
eternamente nuevas, Luz de Luz.
 
Mira a Cristo en la cruz, es lo que toca
representar ahora en este drama
que hemos creado desde la caída
en el sueño del sueño. Qué estridente
despertador hemos necesitado. Él lo sabía
y vino a hacerse hermano,
a hacerse tú, a hacerse yo,
en un vientre escogido de doncella inmaculada.
 
Pero ahora toca sombra, cadáver vertical
de Dios suspendido en un madero,
abrazo mudo y sordo al universo,
con esos brazos yertos,
con ese rigor mortis divino que ha cubierto
la tierra de tiniebla, el alma
de miedo, desamparo y soledad…
 
Es lo que toca...
Si te quieres creer que el tiempo puede
vencer la eternidad, que el tiempo vence
con su estela de muerte y destrucción,
mira el cadáver, quédate en ese rostro inexpresivo,
rígido, seco, máscara
de silencio endurecido,
con el nunca jamás en cada rasgo,
con el nunca jamás
de todos los que han muerto y morirán.
 
Pero acaso has conocido de este drama
lo que sé, lo que tantos van sabiendo,
pues nos lo han enseñado desde arriba.
Tal vez has visto o intuido la tramoya,
y miras el cadáver y sabes que es tan solo
lo que toca que veas, lo que cambia
mirada y universo, los transforma
desde la raíz, y el nunca más se desvanece,
como sombra que es, ante la luz.
 
Que el muerto está a la vez resucitado,
que su cuerpo glorioso está debajo
del cadáver sombrío, de la mueca
de fúnebre agonía que tienen los cadáveres
en este valle de lágrimas,
valle de crear almas, que decía el poeta.
 
Porque hay otras lágrimas, las buenas,
que manan de la Fuente
y se deslizan suaves, dando Vida.
Hay otras lágrimas que no deforman
el rostro en gesto de dolor,
lo expanden, comunión
de las aguas, y unen lo que el drama
de la vida fingió separar, simulacro de ausencias,
sombras mudas moviéndose indecisas,
autómatas sin alma, olvido de la Esencia,
la cueva de Platón.
 
Pero la cruz… hermosa o tremenda…
¿Es muerte o gloria?
¿Es patíbulo o es trono?
¿Tiniebla o resplandor?
Dime qué miro,
qué he de mirar en ella,
que es lo que Tú quieres que vea.
 
Mira al Resucitado en el cadáver,
contempla ya su gloria en ese cuerpo
inmóvil y callado.
Verás que en ese muerto está la Vida
y esa cruz ensangrentada es más bella
que los cedros del Líbano,
más hermoso su perfil de sombra 
que los árboles de oro de las Hespérides.

El que vino a mostrarnos el regreso
al Árbol de la Vida muere en un árbol falso,
dos maderos en cruz para hacerse patíbulo.
El que vino a salvarnos de la muerte
cuelga muerto, con la expresión tremenda
de todos los cadáveres,
en un árbol de una sola rama
de donde cae, gota a gota,
hasta la tierra, la sangre
del Único fruto,
la sangre
de Dios,
gota
a
g
o
t
a
.
 
 
Qué espantoso final, qué asombroso comienzo...
Que al principio era el Verbo,
y el Verbo es anterior y posterior,
el Verbo es todo,
siempre,
y más que siempre,
eternidad,
inmune a la muerte y sus secuaces.
 
Mira otra vez la escena con los ojos
que han creado los ojos,
mírala bien, hasta que veas
sobre la cruz, la Cruz de Luz.
 
Mensaje recibido,
me quedo en la mirada vertical,
ese centro de vida donde Soy.
Se acabaron los “qué”, comienza el “cómo”.
 
Ni lo que veo, ni lo que quieres que vea,
es cómo veo, si mira la Luz
donde nace la Cruz, con su peso de estrella,
rayo de Amor en vertical descenso,
el Árbol de la Vida
gravitando y suspendido,
inspirando cuando baja,
aspirando en la subida al mismo tiempo,
gloria desdibujando lo fatal,
hermosura antigua y nueva
devolviendo la tersura
a este viejo secarral de confusión y miedo.
 
Por la cruz a la Luz, 
en espiral de Amor. 
Dios muerto, Dios resucitado,
dibujando el retorno
con signo de infinito vertical.
Torsión bendita, camino de vuelta,
borrando distorsiones,
uniendo los extremos
en un lazo sagrado.
Tor–Sión, volvemos a Sión.
 


 
Salmo 40, Steve Bell
 

sábado, 7 de marzo de 2015

Solo Tú. BSR XIII


Evangelio de Juan 2, 13-22
Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. 


No se entra en la vida de Cristo como a una pastelería, dispuestos a hartarnos de dulzuras. Se entra en ella como en la tormenta, dispuestos a que nos agite, a que ilumine el mundo como la luz de los relámpagos, vivísima, pero demasiado breve para que nuestros ojos terminen de contemplarlo y entenderlo todo.
José Luis Martín Descalzo


Jesús, Jesús, Jesús…,
azote de cambistas y de tibios,
cómo  ha de transformarse
el corazón para saber amar
como amas Tú...
Ya no sirven los suaves
vaivenes de lo cotidiano,
no sirve el previsible
empalago de la sensiblería,
ni el cambalache “te doy porque me das”,
donde creyendo ganar
perdemos todos,
perdemos Todo,
nos perdemos.
Ya no nos sirve nada
de lo aprendido,
lo conocido
lo familiar,
lo estable y lo seguro,  
no nos sirve nada,
no sirve.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular,
solo ella sirve,
solo la Roca,
nada más sirve
para la Obra.
Es hora de servir
cada uno a los otros
y todos al Propósito.
Hora de servir y recorrer,
el camino de vuelta,
siguiendo Tus huellas.
Es hora de servir y de crear
contigo, en Ti,
no de pedir,
ni cambiar o vender para seguir,
tahúres tramposos,
trapicheando vida,
olvidando la Vida donde somos reales.
Se acabaron los negocios
que dispersan y confunden,
derribaste los mercados,
con un solo gesto profético,
tan lleno de significado,
de sentido esencial
como todos los tuyos,
como Tú.
La representación de este mundo se termina,
caen monedas, caen mesas,
caen sueños, experiencias repetidas,
caen mentiras, caen fichas,
caen barajas enteras
de naipes somnolientos,
castillos tan bonitos como falsos,
siempre a ras de tierra,
círculos planos, cansinos,
pues ni siquiera castillos
en el aire nos atrevimos a hacer…
Esos valdrían,
castillos invisibles hacia Ti,
verticales y dignos
aire y silencio.
Esos sí valen,
luz que regresa
decidida a la Luz,
esos sí,
si el castillo o la obra es cada uno,
si el castillo soy yo
y no le cuento a nadie
cómo vas elevándome,
espiral de consciencia
que se mira en la Esencia,
si el castillo o la obra que se entrega
soy yo y no le digo a nadie
lo que es ni lo que era,
lo que solté, a lo que renuncié
por el Tesoro
escondido en el campo,
el que pierde su vida, encuentra la Vida.
Jesús, Jesús, Jesús…
cómo nombrarte,
si se vuelve de oro
(pobre Midas)
celestial cada letra,
cuando no existe nada más que Tú.
Letras de oro,
pensamientos de oro
ad-oro te devote,
fundiéndose en una
sola Letra alfa/omega,
y al final, ninguna letra,
ningún sonido, Origen, Esencia,
Unidad primigenia recobrada.
Jesús, Jesús, Jesús,
aún tengo boca y voz para alabarte,
Tú que te hiciste humano,
para hacernos más que humanos
Tú, el solo Santo,
sabes que canto
mi canción a quien conmigo va
y Ése eres Tú,
desde siempre y para siempre,
más que siempre, eternamente Tú,
Jesús,
Jesús,
Jesús