Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 28 de febrero de 2015

Bajar del Tabor. BSR XII


Evangelio de Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo.” De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

                                                    La Transfiguración, Icono bizantino


                                         Oh Verbo, Luz inmutable, Luz del Padre sin nacimiento:
                                         con tu Luz, que apareció hoy en el Monte Tabor,
                                         hemos visto al Padre Luz y al Espíritu Luz
                                         que iluminan toda la creación.
                                                             
                                                                                       Exapostelario (Liturgia ortodoxa)


Decidimos bajar de la montaña, en lugar de instalarnos en un vislumbre de lo verdadero, por muy hermosa y trascendental que haya resultado la experiencia. Renunciamos a montar una tienda en cada uno de los paisajes agradables y seguros que vamos encontrando. Escogemos ser valientes y proseguir la marcha, bajar del monte, en ese camino descendente de renuncia y desprendimiento que es el seguimiento de Jesús. Elegimos culminar la tarea antes de volver al Hogar verdadero, no una tienda en un campamento acogedor y luminoso.

Decidimos bajar, en lugar de instalarnos, conformarnos o acomodarnos, por muy bien que se esté, porque hay una misión que cumplir.

Bajamos del Tabor, conservando en el corazón la memoria fiel de lo que allí hemos visto y experimentado: el alba de la resurrección, la gloria de Cristo, que anticipa nuestra propia gloria.

            Dice el místico sufí Abû–l–hasan al–harrâlî: “Concentrarse al principio del desarrollo espiritual en las cosas de este mundo es un extravío, y hacerlo en las del Otro Mundo es una buena orientación. Pero concentrarse al final del desarrollo espiritual en las cosas de este mundo es una perfección, y hacerlo en las del Otro Mundo es síntoma de ceguera.”

            Cuando hemos visto la luz del Tabor y la hemos reconocido como nuestra propia luz, como el sueño que Dios soñó para nosotros antes de todos los tiempos, bajamos de la montaña, porque hemos comprendido que la fase “descendente” es realmente la culminación de la perfección. Nuevos cielos, nueva tierra: la materia iluminada por la gloria del Espíritu (www.viaamoris.blogspot.com ).

Nos asomamos una vez más al misterio del cuerpo glorioso, lo abstracto en lo concreto, la carne transfigurada que Jesucristo, Luz del mundo, inaugura.

Es la aparente paradoja del cristiano: consciente de su cuerpo mortal, y, a la vez, convencido de la trascendencia. El cuerpo es elevado a una dignidad jamás pensada, un destino de Gloria eterna. Jesucristo lo ha glorificado, al encarnar como uno de nosotros.

Así lo explica San Pablo: “Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual” (1 Co 15, 42-44).

“¿Quién quiere vivir para siempre cuando el amor va a morir?”, cantaba Queen. No quiero ser inmortal, sino volver a Casa, hija pródiga, resucitada. El inmortal no muere, y yo sí quiero morir, porque el que no muere, no da fruto, el que no muere, no resucita, el que no muere, no vive para siempre con el Señor de la Vida Y del Amor.

El Tabor prefigura la Resurrección. Jesucristo ha glorificado el cuerpo, ha iluminado la materia a través de Su Encarnación-Cruz-Resurrección. Ha tomado el sufrimiento, la entropía, lo efímero, la caducidad de la carne, consustanciales a nuestra condición; ha tomado todo lo que nos separaba de Él y lo ha transmutado, purificado, convertido en "combustible" para el mejor de los futuros. Y toma también el futuro, todos los futuros posibles, porque el “mejor futuro”, el ojo de aguja, el camino estrecho es regresar y decidimos volver con Él al Origen, ese Presente intemporal en que ya somos.

Se acabó la confusión, el andar divididos, el dejar muchas opciones abiertas, que descentran, falsifican y generan agotamiento. Si vivimos en el Centro, verticales, sin opciones, eligiendo la Única Opción, que es el Retorno, no hay dispersión, sino concentración, fina energía, luz de eternidad, el retorno a la Esencia. Y no se nos ocurrirá montar tiendas en cada experiencia hermosa, segura, confortable…, transitoria al fin, porque recordaremos el Propósito y escogeremos volver.

               Entonces, todo lo que vemos como desgaste y entropía irá cayendo como piel muerta, para dejar que salga a la luz ese cuerpo luminoso, transfigurado, que ya somos.

            En el precioso libro El misterio del sacrificio, dice Sédir: “La existencia presente no es más que un entrenamiento para la vida eterna. Hoy debemos luchar, acabar con nuestro egoísmo. Debemos hacer de nuestros cuerpos y de todas nuestras facultades una imagen lo más parecida posible a la que será en nuestra transfiguración futura.”

Porque somos teóforos: portadores de Dios, iluminados desde adentro con la Luz que ya transfigura el cuerpo como anticipo de la Resurrección.



                                                       Who wants to live forever, Queen
              Qué reveladora canción, qué llena de sentido si se escucha con la lógica del Retorno, la del Amor, la del que decide bajar del monte para hacer posible el regreso a Casa de todos los hijos pródigos.

sábado, 14 de febrero de 2015

"No yo, sino Cristo..." De virtuales, a reales


Evangelio de Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio.” La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Picture
 
 
Uno puede frecuentar a los leprosos sin coger la lepra o a los apestados sin contagiarse, pero ¿se puede frecuentar a los mediocres y a los muertos sin morir?
                                                                                                  Louis Cattiaux

La verdadera sanación es un cambio de percepción, tiene que ver con una transformación interior que precede a la curación física. Reconocer a Jesús es ponernos en disposición de ser sanados.
Porque la lepra se manifiesta de muchas formas en cada uno de nosotros. Es la impureza, lo sobrante, la falsedad. El leproso es el “virtual” de cada uno, el usurpador, el impostor, el que pretende suplantar al Ser verdadero, el condenado a desaparecer cuando el Real lo manda, lo decreta, lo pronuncia.
Somos leprosos, andamos despeinados, harapientos, sobreactuando, como dice la primera lectura (Levítico 13, 1-2.44-46). Camuflados, distraídos, dispersos, alienados, hasta que reconocemos a nuestro verdadero Yo en Cristo y somos liberados, recuperamos la dignidad, nos real–izamos.

Pasamos de virtuales a reales, cuando Jesús acoge lo falso, lo podrido, lo letal de cada uno, y nos lo devuelve transformado en verdad, pureza, originalidad, salud.

Somos leprosos y nos hacemos leprosos unos a otros, proyectando sin parar miseria, mentira, impostura, teatralidad. Reconocer a Jesús, la Esencia, el Ser en nosotros (vivo, pero no yo, es Cristo que vive en mí), es quitarnos máscaras y disfraces, recuperar nuestra verdadera identidad.

                  Lo que hace el leproso del pasaje de hoy al acercarse a Jesús, no es una petición sino una declaración, que es el milagro que antecede a toda curación milagrosa. Se acerca y reconoce, proclama que Cristo Es y Puede. Entonces, se produce la curación en lo material; como es arriba, es abajo, así en el cielo como en la tierra, coherencia natural.
                  El leproso se ha acercado a Jesús  y al final de la escena las personas acuden a Él. Ese es el verdadero milagro, el cambio de percepción que mueve y conmueve, que convierte, que impulsa a acercarse, reconocer y aceptar.
 
 
                                         
                                            Laudate Dominum, Mozart, Barbara Bonney
 
 
                  “El nombre es la persona misma. El nombre de Jesús salva, cura, arroja los espíritus impuros, purifica el corazón. Se trata de llevar constantemente en el corazón al muy dulce Jesús, de ser inflamado por el recuerdo incesante de su nombre bienamado y por un innegable amor hacia él.”
 
                                                                                               Paisij Velichkovsky
 

sábado, 7 de febrero de 2015

Para eso hemos venido. BSR XI


Evangelio de Marcos 1, 29-39    
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Y la fiebre la dejó y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.  Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca”. Él les respondió: Vamonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.


Somos enfermos, poseídos, dormidos, muertos, cuando olvidamos nuestro Ser verdadero y nos proyectamos en las experiencias, la siempre inútil búsqueda exterior, en el mundo del que no somos.
Sanamos, nos liberamos, despertamos, resucitamos, cuando recordamos nuestro Origen y Destino, el Ser original que somos y decidimos volver a casa.

En El Mago de Oz, Dorothy junta los chapines por los talones tres veces. Entonces cierra el tiempo, esa apertura temporal que es la lupa de la distorsión (vid. Alejandra Casado y Jean Pierre Garnier Malet), y regresa a su hogar. Antes, le dice al hada: parece mentira que sea tan sencillo. ¡Y lo es! 

Vivamos en oración continua, en el silencio que nos reconecta con lo que somos. Sosegados, sabiendo que Él es Dios. Choquemos los chapines tres veces, cambiemos de percepción, cerremos el tiempo y volvamos a casa.

            Alma mía, recobra tu calma, que el Señor escucha tu voz… En el alma, en el sueño, somos débiles, vulnerables, virtuales, regidos por el miedo a perder o a equivocarnos. Conectando con la Esencia original, somos libres, fuertes, reales, invulnerables, pura abundancia que se expande, transparencia de la Luz, la materia iluminada. Sin miedo, sin deseo, recuerdo de Sí, olvido de sí. Porque el sí mismo es miedo, duda, conflicto, defensa, ataque, mentira; y el Sí Mismo, la Esencia, el Ser, es plenitud, unión, libertad, verdad.


 
El Mago de Oz (1939), King Vidor y otros 

Para los que estén estudiando y aplicando la Perspectiva universal del desdoblamiento de los tiempos (vid. Alejandra Casado), esto lo escribí una mañana, al despertar del sueño paradoxal (vid. Jean Pierre Garnier Malet): 

Me he dispersado, fragmentado en mil multiversos porque no sabía cómo hacer vibrar la nota que soy ni conocía la escala que vine a interpretar; me perdí en los intervalos... Busco mi nota: 0.0, Jesucristo, Esencia Original, Meta inequívoca si hago la torsión que anula toda distorsión, el gesto que dibuja el eje vertical de la Cruz. En Él me integro, me reconozco y entrego lo disperso, lo incompleto, lo postergado, todas las proyecciones, al mejor de mis futuros, mi única opción, Jesucristo,  para que Él lo transmute, lo complete, lo convierta en combustible para el viaje de vuelta a Casa.
Porque lo que he hecho durante tantos años, tantos círculos planos en la experiencia, era cantar una y otra vez la misma canción. Es hora de callar, olvidar esa canción cansina, para entonar el Canto.
Los números de la dispersión y la lógica divergente de la protección, la defensa y la seguridad, se transforman en palabras, las palabras del canto, del cantar. Sólo canto mi cantar a quien conmigo va… El Cantar de los cantares; vida-muerte; Amado-sulamita, comunión de las aguas, Amor.
Tarde te amé hermosura siempre antigua, siempre nueva, tarde te amé… La hermosura es Él, y amarle –nunca es tarde–  es olvidar la distorsión, la locura de creerme separada de Él.
 
 
 
Somewhere over the rainbow
El Mago de Oz (1939), King Vidor y otros