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martes, 30 de abril de 2013

Sirenas



SIRENA FLUVIAL
 
Lo surreal está por debajo de lo aparentemente real para,
en giro metanoico, ponerse por encima de lo que parece real.
El surrealismo, como la patafísica, nos ayuda a ser mejores.

                                                                                                     Fernando Arrabal


          Cuando la primavera estrena sus mejores galas y el aire huele a polen y a efluvios románticos, en los ríos de la comarca de Abduria empiezan a aparecer las primeras sirenas fluviales.
          El aspecto de su extremidad inferior es el mismo dentro y fuera del agua: dos largas piernas unidas y cubiertas por una membrana gelatinosa de color jazmín transparente.
          Los pies están separados y mira uno hacia el este y otro hacia el oeste, a menos que la sirena fluvial dé media vuelta, en tal caso el que se dirigía al este lo hará hacia el oeste y viceversa.
          Aunque de cintura hacia abajo parecen peces y de cintura hacia arriba mujeres, son anfibios mitocondriales que viven y mueren como peces; pero sueñan y se enamoran -casi siempre lo mismo- como mujeres.
          Hace trescientos siglos eran capaces de volar con un solo ala que aún conservan entre los omóplatos y les sirve de aleta. Cuando salen del río, enrollan el ala sobre sí misma para que escurra. Es una delicia verlas con su enorme ala retorciéndose, como si fuera una toalla o un signo de infinito multiplicado, y dando saltitos.
          Hablan con una voz que recuerda la de las gaviotas, en un idioma antiguo que cualquiera que sepa interpretar el bostezo de un volcán puede entender.
          Las sirenas fluviales no son tan guapas como las de mar, algunas son realmente feas, pero tienen buen corazón y nunca mienten.


Pintura La Sirena de Waterhouse
                                                             Sirena, J.W Waterhouse

 

SIRENA
 
Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

                                                                    Mario Benedetti
 
 
 

 
FÁBULA DE LA SIRENA Y LOS BORRACHOS

Todos estos señores estaban dentro
cuando ella entró completamente desnuda
ellos habían bebido y comenzaron a escupirla
ella no entendía nada recién salía del río
era una sirena que se había extraviado
los insultos corrían sobre su carne lisa
la inmundicia cubrió sus pechos de oro
ella no sabía llorar por eso no lloraba
no sabía vestirse por eso no se vestía
la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
y reían hasta caer al suelo de la taberna
ella no hablaba porque no sabía hablar
sus ojos eran color de amor distante
sus brazos construidos de topacios gemelos
sus labios se cortaron en la luz del coral
y de pronto salió por esa puerta
apenas entro al río quedó limpia
relució como una piedra blanca en la lluvia
y sin mirar atrás nadó de nuevo
nadó hacia nunca más hacia morir.
 
                                                             Pablo Neruda
 

domingo, 14 de abril de 2013

La gran verdad

                                                                              
                                                                          Para Antonio, que conoce la gran verdad.
                                                          Por eso comparte, ama, vive con la alegría de los iniciados.



            Cuando te das cuenta de que algo que haces a otro es algo que te haces a ti mismo, has entendido la gran verdad.

                                                      Hua Hu Ching


      ¿Por qué eres infeliz? Es porque el noventa y nueve coma nueve por ciento de todo lo que piensas y de todo lo que haces es para tu propio ser, y ese ser no existe.

                                                                                                                             Wei Wu Wei


            En el metro, tratando de repasar unos apuntes de los que en media hora tendré que decir algo útil, esencial, acertado. Una pareja de músicos, hombre y mujer, casi ancianos, toca un acordeón estridente y una pandereta, mientras cantan con voces roncas y agudas, desesperadas y solícitas, en un idioma que no conozco; me suena a eslavo, tal vez ruso o ucraniano. Dan ganas de pedirles por favor que no sigan mareando, darles una moneda para que se callen o se vayan con la música a otra parte; que me dejen concentrarme en "lo mío", que no me distraigan.
            Pero, sin proponérmelo como otras veces, me siento responsable de su drama y comprendo que ellos son "lo mío", que ignorarlos es distraerme. Dejo los folios para escucharles con respeto, mientras siguen espabilando los delicados oídos de la pasividad generalizada, de la mediocridad que nos aletarga.
          Cuando acaban y recorren el vagón, despacio, sin pedir de forma evidente, pongo en un sombrero de terciopelo verde algo que es suyo.
           Me fijo más en ella: el cabello, teñido hace meses, asoma la raíz de plata; la sonrisa cansada; elegancia y dignidad al moverse. Las profundas arrugas no pueden ocultar la belleza ni el candor adolescente. En el gesto, manso y humilde, exhausto y sereno a la vez, reposa todo el cansancio del mundo. En su alegría triste, o su tristeza alegre, se refleja, avergonzada, la indiferencia con que nos intentamos evadir de lo triste, lo vulnerable, lo desvalido, lo real.
          Llamados a ser águilas, nos hemos quedado en gorriones asustadizos, ciegos, adormecidos en nidos pulcros  y confortables, tan frágiles como la vida.
           Pulcros, extraña palabra, pulcros... ¡de sepulcros blanqueados!