Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










jueves, 29 de septiembre de 2011

Sentar la cabeza



                                                                    ¿Dónde está tu hermano? Génesis 4,9


                                 El que no sirve para servir, no sirve para vivir. Beata Teresa de Calcuta


            Sentar la cabeza, madurar, hacerse responsable..., acaso consista en reconocer –la manera más fastidiosa de darse cuenta– que uno no es tan importante, que va siendo hora de pensar en los otros, en los que vienen detrás, los que caminan al lado, y trabajar para ellos, con ellos, por ellos, con el mismo tesón ilusionado con el que creíamos trabajar para nosotros, cuando sólo estábamos contemplándonos, mirando un ombligo vulgar, perecedero, como el fiambre o las alas de pollo o los huevos.


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Tomás Moro. Piensa la muerte


          Las palabras “ajena” y “lejana” se evocan mutuamente. Me doy cuenta revisando un texto que escribí acerca de la muerte. Siempre la sentimos ajena o lejana, que es casi lo mismo. Recuerdo a Tomás Moro, que la pensó, sintió y vivió como nadie, y hago lo que nos pidió hace cinco siglos: rezo por él. Y le doy gracias.


                                         Tú que te acuerdas de Moro, que tu vida sea larga
                                                      y tu muerte una puerta abierta a la vida eterna.
                                                                                           
                                                                                                  Tomás Moro
                                                                         Tres años antes de morir decapitado, por ser
                                                                                          consecuente y fiel a Dios






Secuencia de Un hombre para la eternidad de Fred Zinnemann





 La ejecución de Tomás Moro en la serie Los Tudor



Fue Tomás Moro, Thomas More, un ejemplo de fe y coherencia, de humildad, valentía y gratitud, como lo demuestra su vida, su muerte y su obra, de la que extraigo unos pensamientos:

Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los refunfuños, los suspiros y los lamentos y no permitas que me tome demasiado en serio esa cosa tan invasora que se llama "yo".

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.

Felices los que nada esperan, porque nunca serán defraudados.

Los hombres, cuando reciben un mal, lo escriben sobre un mármol; más si se trata de un bien, lo hacen en el polvo.

            Cuando nos sintamos demasiado atrevidos, recordemos nuestra fragilidad; cuando nos sintamos demasiado desmayadizos, recordemos la fortaleza de Cristo.

 No es pecado tener riquezas, sino amar las riquezas. El que olvida que sus posesiones son posesiones de Dios y en lugar de administrador se cree el propietario, ese se toma a sí mismo por rico. Y como se cree que las riquezas son suyas, se enamora de ellas y tanto menos pone su amor en Dios. Si piensas que el tesoro no es tuyo, sino de Dios, y que se te ha confiado para administrarlo y ofrecerlo, tu tesoro y tu corazón estarán en el cielo.

             Estas cosas, buen Señor, por las que rezamos, danos la gracia de trabajarlas.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La Música


            Una pareja en las escaleras mecánicas. Rondan los cincuenta pero se comportan como adolescentes enamorados. Son bastante feos; él es muy feo. De repente la besa en la frente, le acaricia la barbilla y sonríe mientras seguimos bajando, yo tres peldaños por detrás de ellos, testigo de la ternura y de la belleza.
Salgo de la FNAC, aturdida por su atmósfera eléctrica de sueño y cultura enlatada. Como tantas tardes de tristeza alegre, me recibe la Primavera de Vivaldi. Me paro respetuosa a escuchar a estos maravillosos músicos de la Europa del Este. Somos muchos corazones atentos, una respiración que nos hermana y nos eleva hacia el cielo de Madrid, hoy más limpio. Algún músico destaca, ya me he dado cuenta otras veces, y tira del grupo, lo unifica en su llamada, lima las aristas, colorea esta suma de notas diáfanas. Hay dos músicos, lo sé, que sacrifican su talento en esta hoguera sin vanidades que arde sin consumir. Hay dos genios entre estos músicos entregados. Hay dos músicos..., hay un músico, es la música, Mozart y Salieri al fin reconciliados.





          Una de mis escenas favoritas de Amadeus, de Milos Forman. Mozart, al borde de la muerte, dicta a Salieri las notas del Confutatis, pieza del famoso Requiem inconcluso. La tan conocida envidia de Salieri, mediocre compositor al lado del inalcanzable genio de Mozart, se desvanece y solo queda el asombro y la admiración sincera que le hacen olvidar su ego, herido durante años, y ponerse sin ningún reparo ni mezquindad al servicio del Arte.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Calle del Desengaño



            Vivo en la calle del Desengaño. Al principio me sonaba triste, oscuro, casi gafe. Me hubiera parecido mejor o más suave calle del Desencanto o calle Melancolía, como la canción de Sabina, pero de nuevo se trataba de ver el tapiz del otro lado.
            Calle del Desengaño significa calle de la Verdad: la negación del engaño, la superación de la mentira. El nombre de mi calle es luminoso, optimista y valiente, igual que la vida en la calle Desengaño, buen lugar donde recibir la luz que inspira y limpia, nos va transformando a la calle, la casa y a mí.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Anhelo


              Una canción de la Tierra que gira, y de palabras acordes,
                             ¿creías que esas eran las palabras, esas líneas verticales?,
                             ¿esas curvas, ángulos, puntos?
                             No, esas no son las palabras, las palabras esenciales están en la tierra y en el mar,
                             están en el aire, están en ti.
               
                                                                                                                              Walt Whitman


Sigue acercándose
mi poesía al silencio.
¿Qué meta he de alcanzar
en este viaje inverso?

Penélope no soy ni quiero ser;
destejer es el demonio
laborioso y tenaz
de los días perdidos.

¿Quedarme aquí,
en esta inesperada colina,
sin dejar que las águilas
me empujen al vacío?

O acaso más vértigo, atreverme
a asomarme al infinito
de la Palabra que no he de decir,
pues ya fue dicha
y resuena en el alma
que confía y espera.

No voy a resignarme
a cimas falsas,
cuando intuyo esa cumbre
que sueñan los poetas
y ninguno ha alcanzado.

Entender con la mente
y el corazón de todos los hombres
o de un solo hombre,
del Hombre,
que al principio era el Verbo,
y al final siempre el Verbo.

Somos el negativo
de una figura eterna,
anhelando esa luz que nos devuelva
el perfil esencial,
bajo un cielo fiel que nos bendiga,
nos haga aparecer.